jueves, 7 de junio de 2012

El origen histórico de algunas palabras


Hecatombe. Los gobiernos autoritarios la utilizan con alguna frecuencia. Para estos, una crisis mayúscula, que casi siempre no es tal, solo puede ser resuelta por un iluminado, una especie de Mesías, que curiosamente es quien detenta el poder y desea permanecer con él. No hace mucho un expresidente, cuyo nombre el pudor me impide mencionar, decía que solo aspiraría a la reelección si el país experimentaba una hecatombe. Luego, nunca nos explicó en qué consistió esta, puesto que poco después intentó torcerle el gaznate a la Constitución para postularse de nuevo. Pues bien, como muchas otras, la palabra nació en tiempos pretéritos, más específicamente los correspondientes al periodo helénico, y significaba nada más y nada menos que el sacrificio de 100 bueyes. La inmolación de las pobres reses seguramente era necesaria para aplacar las iras de un dios con el hígado descompuesto o para solicitar alguna merced. Cómo pasó de ahí a ser un sinónimo de catástrofe, es algo que no sabemos.

Lacónico. Se dice de un mensaje breve y muy conciso. Todos somos lacónicos cuando no queremos pronunciar más que monosílabos, si, no, bien, ajá, humm y ya. No pregunten más, tenemos el legítimo derecho a evadir una conversación. Muchos son parcos con frecuencia, lo que habida cuenta de las sandeces que se dicen cuando se mueven las quijadas es una virtud. El término nació en Liconia, una de las provincias de la antigua Grecia, la misma en la que habitaban los aguerridos espartanos, famosos por su rigurosidad. A estos se les enseñó que la parquedad era una virtud y que aquellos que mucho hablaban eran poco proclives a la acción. Y si de algo requería un pueblo militarista como ese, era de acción. Recuerden a Leonidas el de 300. Del mutismo de los naturales de Liconia se derivó lacónico.

Amor Platónico. ¡Ah! ¿Quién no ha padecido alguna vez los estragos de un amor oculto? ¿Quién no ha mirado y conversado incansablemente con una fotografía en tanto frente al objeto de esa adoración ha  guardado un vergonzoso silencio? Esas cosas no suceden solo en las novelas rosa. Mire a su lado y es posible que se encuentre con un compañero triste y cabizbajo; absorto, contemplando el paso alado de una ninfa.  Entendemos por amor platónico ese que vive solo de la observación del otro, ese que tiene pocas o ninguna posibilidad de abandonar el plano gaseoso de los sueños. La idea surge de Platón, quien consideraba que los seres humanos nos debatíamos entre un mundo de las apariencias, fugaz e ilusorio, y uno de los ideas, real y eterno. El amor que se ubicaba en el primero era solo un amor “físico” que bebía de la belleza ( sabemos qué sucede con ella cuando se acumulan los años) en tanto el que se inscribía en el segundo se ocupaba de lo “esencial”, de lo invisible a los ojos, de lo espiritual. Si me disculpan lo prosaico, diría que el amor platónico es aquel en cuya realización no aparece nunca, ni en los deseos ni en los hechos, la sombra nocturna de un motel.

Victoria pírrica. Esta expresión alude a la victoria en la cual se pierde tanto que más valdría no haber ganado. El diccionario de la RAE señala, en su segunda acepción, que también se utiliza para hacer referencia al triunfo obtenido con un margen muy pequeño. Esto puede ser, en el mundo electoral, cuando se vence con muy pocos votos o porque se es candidato único. Lo que lógicamente poco importa al candidato que de igual manera levanta los brazos como si hubiera subido al Everest con los ojos vendados o como si hubiera vencido a un león con un cortaúñas. Veamos el origen de la expresión. En  279 a.C. Pirro, el rey de Epiro (una región costera de Grecia) dirigió un ejército que combatió a los romanos. En la batalla, que se resolvió a su favor, perdió lo más granado de sus hombres. Por eso cuando un general lo felicitó por su triunfo, se dice que este contesto:  “otra victoria como esta y estoy perdido”.

Charlatán: De estos conocemos muchos. Es posible que a usted se le venga a la cabeza el tipo que quiere venderle un menjurje capaz de curarlo todo, desde la gripa hasta la peste negra, o el político que en elecciones le promete que en su ciudad o su país correrán ríos de leche y miel. La palabra es de origen italiano. En la Edad Media era posible limpiar el alma de pecados entregando a la Iglesia una cómoda donación. A esas prácticas altruistas se les llamó indulgencias. Tal y como sucede hoy día con los llamados asesores comerciales, la Iglesia tenía vendedores que ofrecían, a nombre del Altísimo, un contundente perdón. Dudo que existiera el marketing, pero en todo caso nada tendría de extraño que algún imaginativo vendedor "ofertara" un descuento por pronto pago o la remisión de dos pecados por el precio de uno. Unos promotores particularmente hábiles fueron los cerretanos, naturales de Cerreto, un pueblo cercano a Roma. Con el paso del tiempo cerretano se fusionó con ciarlare, (charlar) y surgió charlatán, palabra que desde el origen, rotula al que ofrece bienes o prebendas que no posee.