lunes, 21 de mayo de 2012

El Fuentes que se nos fue



La Editorial Salvat, publicó en los años 80 una colección popular de literatura, la Biblioteca Básica, compuesta por 100 títulos impresos en un papel económico y con una portada generalmente amarilla. Todos los libros tenían un diseño parco, sobrio, y sin derroches estéticos distintos a  los de la prosa impresa en ellos. Una biblioteca estudiantil que se respete, cuenta con varios de ellos. Hoy día es muy fácil encontrarlos en las librerías de segunda de Manizales, con un precio que oscila entre los mil y los dos mil pesos. Todo un regalo. En esa colección me topé, hace ya muchos años, con un libro de Carlos Fuentes: La muerte de Artemio Cruz, el número 82 de la serie.

A ese libro volví en estos días, cuando escuché de la muerte de su autor. A punto de descuadernarse, aún era posible observar los párrafos señalados con un marcador verde. Leer algunos de ellos me recordó pasajes olvidados de la obra, fragmentos desbordados de belleza. El Artemio que agonizaba, nadando en billetes y rodeado de sus familiares, los mismos que lo observaban con una desagradable paciencia, los que ansiaban con estoica cortesía el advenimiento de su muerte. Y la vida que corría como en un cinema ante sus ojos sin luz, en un México perdido entre las décadas y la guerra de una vieja revolución. Con esa novela se puede aprender lo que ya había anunciado Heidegger: que la muerte no es la negación de la vida sino una confirmación de ella, de ahí que no exista algo que nos haga tan humanos como morir; es en ese momento en el que es posible recuperar la humanidad que se nos quedó en el recodo más mezquino del camino.

El llamado Boom literario, del que hacía parte Fuentes, le mostró al mundo en los años 60 y 70, la vitalidad de la literatura latinoamericana. Los amantes de la literatura se acostumbraron a la presencia tutelar, casi tácita, de los grandes novelistas latinoamericanos, instituciones sacras e imperturbables en las que su longevidad parecía competir con la presencia atemporal de sus obras: Sabato, Fuentes, García Márquez, octagenarios algunos, nonagenario otro. El hombre de El túnel nos abandonó el año pasado, poco antes de cumplir un siglo. Esta semana le correspondió el turno al autor de La región más transparente, el mismo que en algún momento nos dijo que “hay que pluralizar el mundo, hay que abandonar la idea romántica de que la humanidad sólo será feliz si recupera la unidad perdida”.

Carlos Fuentes fue un hombre público y como tal, uno de los escritores más influyentes de América Latina. En ese rol se codeó con élites políticas y económicas. Estudió leyes en la UNAM y Economía en una Universidad Suiza. Su padre fue diplomático y él mismo también lo fue en un periodo en el que fungió como embajador de México en Francia, apenas 3 o 4 años después de que su amigo Neruda cumplió en ese país el mismo papel en representación del Chile de Allende. A esa embajada renunció, indignado, cuando fue nombrado embajador en España un expresidente mexicano bajo cuyo mandato se realizó la llamada masacre de Tlatelolco, un hecho siniestro en el que murieron docenas de estudiantes. El Fuentes de todos los tiempos tuvo una vida itinerante, el país del tequila no era suficiente para su  espíritu cosmopolita que exigía con frecuencia las viejas ciudades de Europa.

A excepción del Nobel, ganó todos los premios posibles, entre ellos el más importante en nuestra lengua, el Cervantes. También obtuvo numerosos doctorados Honoris Causa. Como hombre público opinó, sin empacho, sobre diversos temas. Cuando estuvo en Cartagena en el Hay Festival, afirmó, ante la prensa internacional, que la legalización de las drogas era imperiosa. A esa declaración y a muchas otras, le ayudaron sus facultades oratorias. No son muchos los escritores que enfrentados a escenarios atestados brillen por su elocuencia. Su verbo iba acompañado, de acuerdo con la prensa mexicana, por un porte de galán otoñal que lo acompañó hasta la muerte.

La obra de Fuentes fue muy prolífica, su pluma removió las aguas de casi todos los géneros literarios, 16 novelas forman un obra portentosa; ello sin contar los ensayos, la dramaturgia y los cuentos.

Curiosamente, en los últimos años de su vida estuvo escribiendo una novela que nunca logró terminar, sobre Carlos Pizarro, el exguerrillero del M- 19 que fue asesinado a comienzos de los años 90. Imagino que aunque inconclusa, no pasará mucho tiempo antes de que sea publicada. 

En Internet es posible descargar gratuitamente muchos libros del personaje. Por lo pronto, aquí va el enlace de su discurso en la ceremonia de entrega del premio Cervantes en 1987. En vacaciones espero leer Terra nostra. Tal vez alguien, y tengo en mente a una persona, comparta mi ánimo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buena reseña, no he leído a Fuentes pero me dispongo a leer un cuento que encontre: Aura.