domingo, 13 de mayo de 2012

¡Esas benditas tildes! (I)


Doña Gloria, mi inolvidable profesora de castellano en los grados noveno y décimo, no solo era una silenciosa poeta, que en ocasiones compartía sus versos almibarados con nosotros, sin contar que eran suyos, sino también una fanática de la ortografía. Cada cierto tiempo revisaba los cuadernos de la clase. El mío siempre regresaba con unas largas rayas oblicuas, hechas con lapicero rojo, justo en cada una de las palabras en las que debió haber ido una tilde. Así de prolija era. Es posible que si su labor pedagógica se hubiera realizado en esos tiempos románticos en los que la consigna era aquella de que “la letra con sangre entra”, el inquisidor lapicero hubiera sido reemplazado por una áspera regla. Así, y gracias a ella, comencé a intentar poner ese acento gráfico en donde correspondía.

Veamos un poco de historia. Nuestro idioma tiene más de mil años. Si bien todas las palabras tenían acento cuando se pronunciaban, es decir una sílaba tónica (aquella que se pronuncia con mayor fuerza), en el lenguaje escrito las primeras tildes solo aparecieron luego de la invención de la imprenta, a mediados del siglo XV. De acuerdo con la Fundación de Español Urgente, Fundéu, "el primer caso conocido de acento en castellano es de 1477 en el manual Doctrina christiana en las palabras justícia y fortuíto". Quienes han tenido el tino y la fortuna de leer las aventuras del Caballero de la Triste Figura, en las que este desface entuertos y da gloria a su sin par señora, saben cómo era el castellano de esa época.

La acentuación gráfica, que es la forma cachetuda como se llama a la tilde, nació con los griegos en el siglo III. En esa época se distinguían tres tipos: la circunfleja (^), la grave (`) y la aguda (´), (¡Imagínense, si nos enredamos con una…!). En el griego todas las palabras polisílabas y casi todas las monosílabas recibían alguno de estos acentos.

Como sabemos, el Renacimiento implicó el resurgir de la cultura helénica. La reedición de muchas obras grecolatinas, miradas con sospecha por preocupados curas, ocasionó que muchas lenguas europeas adoptaran, de acuerdo con sus necesidades, el escuálido signo. La primera de ellas fue la de Dante y Petrarca, poco después el francés.

En el idioma español se usaron generosamente las tildes graves y las agudas. Las primeras cumplían una función diacrítica (es decir, de diferenciación) y se usaban en la última sílaba de algunas palabras que podían confundirse con otras, la Nueva Ortografía nos señala algunos ejemplos: mudà, dexè (dejé), mandè, igualarà.

Con muy buen criterio, algo que tal vez le falta a los godos gramáticos de hoy, los estudiosos del siglo XVI y XVII se ocuparon de menguar el alud de tildes que nos legaron los griegos. Su sana pretensión apuntaba a usarlas solo cuando las palabras tuvieran varias acentuaciones posibles (como en término, termino o terminó) o fueran de un uso poco común. Finalmente, en el Diccionario de autoridades (1726) se optó por la tilde aguda como el único acento gráfico del español. Pese a eso, durante algunas décadas la tilde grave se conservó en vocales que solas, representaran palabras, como à o è.

Como habrán notado, los teclados de nuestros computadores tienen ambas tildes y no siempre corresponden a las mismas teclas. El afán digitador de los escasísimos internautas que escriben sus mensajes en las redes sociales con una ortografía medianamente decente, los ha convertido, en ese aspecto, en hombres clásicos. Dicen entonces que no entienden porque esa berraca tilde les sale al contrario, como si estuvieran escribiendo en francés.

¡Ahh, doña Gloria!, creo que usted no estaría de acuerdo conmigo en que cada vez deberían ser menos las palabras acompañadas de la rayita, no hasta el punto de llegar a la situación del inglés, que no cuenta con ninguna, sino hasta que solo se ponga en aquellas en las que es indispensable hacerlo.

3 comentarios:

Francisc Lozano dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Francisc Lozano dijo...

Jorge Hernán, de nuevo agradezco algunos apuntes históricos importantes. Muy buena y agradable redacción. Sólo (o solo como se propuso últimamente por la RAE)un comentario: en inglés sí existen palabras acentuadas gráficamente. Yo sólo (solo) conozco una, pero es posible que existan más. Se trata de la voz "resumé", que algunos escriben como "résumé". Es un término de origen francés, claro está, pero que aún en el inglés se acentúa. Su traducción se asemeja a "currículum", "resumen" o "curriculum vitae" u "hoja de vida". Felicitaciones por el blog.
Por supuesto, también agradecimientos a doña Gloria

Jorge Hernán Arbeláez Pareja dijo...

Francisco, muchas gracias por los comentarios. Efectivamente algunas palabras del inglés tienen tilde pero son palabras tomadas de otros idiomas, particularmente del francés, que se incorporan, por su uso frecuente al inglés. Cacharriando me encontré con un par: fiancé (novio) y cafetiére (cafetera.