viernes, 2 de septiembre de 2011

LA NUEVA ORTOGRAFÌA DE LA LENGUA ESPAÑOLA (I)


Siempre he imaginado que los miembros de la Real Academia Española (RAE) y de la Asociación de Academias Españolas de la Lengua son un conjunto de hombres eruditos de cejas espesas y trajes oscuros en los que no puede faltar el corbatín. Un conjunto de puristas de la lengua que arrugan la nariz cuando alguien escribe o pronuncia mal una palabra o cuando, sin ningún pudor, incorpora al habla cotidiana una expresión traída del mundo angloparlante. Ignoro, por supuesto, si mi representación coincide con la realidad.

Los académicos se reunieron en 2010 y aprobaron una nueva ortografía para la lengua española, 11 años después de la inmediatamente anterior. Los cambios, como todos en esta vida, han generado polémicas. Algunos opinan que estos evidencian una deplorable laxitud que vulnera el carácter sacro de nuestro idioma. Muchos de estos son probablemente los mismos que se escandalizan con la incorporación de los muchos términos vernáculos de los países de América Latina, particularmente de expresiones en las que abunda la ch como chichipato y chunchullo. Otros consideran que, por el contrario, los académicos son timoratos y que por ello mismo no se han deshecho de reglas innecesarias y caducas y no han incorporado nuevos vocablos de uso común en muchos países de habla hispana. La expresión chatear, por ejemplo, solo es definida en el Diccionario oficial como “compartir unos chatos” esto es, unos vinos. Algunos equivalentes en español son simplemente aparatosos. Creo que son muy pocos los que, cuando se avienen a esa actividad, expresan que se disponen a sostener una “conversación virtual”. Opiniones hay para dar y recoger. Hace muchos años García Márquez sugería que se eliminaran las tildes y se excluyera la ñ. Recuerdo que con esta última sugerencia algunos sentían aprensión por la forma como en adelante se habría llamado al periodo de 365 días.

No son muchos los cambios, vamos a ocuparnos ahora de la supresión de algunas tildes.

Las palabras solo/ sólo en ningún caso llevarán tilde. En el primer caso de trata de un adjetivo, como en el caso Juan está solo, con lo cual se está diciendo que nadie lo acompaña; en el segundo se trata de un adverbio, Juan está solo al mediodía, esto es que a Juan únicamente lo encontramos en esas horas. Don Julio, mi profesor de español en el colegio, nos explicaba que cuando el solo era sinónimo de solamente debía llevar tilde. Esa era la tilde diacrítica. Aquella que no corresponde a un acento como en la palabras canción o ángel sino que se utiliza para evitar ambigüedades como en dé (regale) y que, en ocasiones, requiere ser diferenciada de la preposición de (vaso de agua).

La RAE considera que en ningún caso la palabra debe llevar acento gráfico. El contexto comunicativo evita las dudas y los casos en que se puede titubear son muy rebuscados “siempre pueden resolverse por otros medios, como el empleo de sinónimos… o una puntuación adecuada” (RAE 2010).

Los pronombres demostrativos este, esta, aquel, aquella, ese, esa, no llevarán tilde. Los pronombres son palabras que nos sirven para referirnos a seres o personas sin que mencionemos a los mismos con su nombre. Probablemente los que más recordamos son los personales, aquellos con los que nos explicaban el uso de los verbos: yo, tú, él, nosotros… Los pronombres demostrativos los utilizamos en oraciones como : ¿Y ese piensa venir?, Aquellos nunca se van a decidir… Ya se acerca la asamblea de estudiantes, esta nos servirá para socializar cierta información. Como ustedes notarán cada una de las palabras en cursiva representa al sujeto de la oración. Cada una de ellas llevaba la mencionada tilde diacrítica, lo que según el criterio de los gramáticos impedía ambigüedades en frases en las cuales esas mismas palabras tenían otros usos. El argumento es similar al del adverbio solamente.

Supresión de la tilde en la “o”. ¿Algunos de ustedes recuerdan las máquinas de escribir Olivettii? Con ellas nos enseñaban los rudimentos de la mecanografía. Nuestros padres las usaban cuando el ensayo o el informe de sus deberes escolares debía tener una presentación impecable o cuando sus letras parecían las de un médico recetando fórmulas. Las demás veces todo se escribía a mano. En ambos casos la conjunción o podía confundirse con facilidad con el número cero. Un jefe de personal conchudo podría preguntarle en un memorando a su empleado cuántas veces podría contar con un “catorce” solidario en sus trabajos. Así, cuando la respuesta escrita mencionara 2 o 3 esta podría leerse como 203. En esos casos las reglas gramaticales exigían que esa o llevara tilde y se escribiera entonces 2 ó 3. Como ustedes notarán en este mismo texto, la confusión hoy es improbable; los ordenadores desplazaron a la Máquinas. No sé ustedes pero a contrapelo de esta disposición de la RAE creo que a los únicos que les exigiría la continuidad de esa tilde es a los tinterillos septuagenarios del Palacio Nacional.

En síntesis, en vez de “sólo puedo darle a éste mis felicitaciones y 3 ó 4 palmadas en el hombro” hoy escribimos “solo puedo darle a este mis felicitaciones y 3 o 4 palmadas en la espalda”.

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