Ojalá haiga espacio porque habemos muchos esperando. Le escuché decir a un vecino que conversaba a través del celular. No sé a qué se refería, tal vez a la cola para comprar lechugas frescas, a la consecución de un pasaje o a las entrevistas para un empleo. No hay problema. No hubiera sido tan pedante como para acercarme a explicarle los intríngulis de la conjugación del verbo haber que, digámoslo sin temor, no domino del todo. Otra cosa son los entuertos que se escuchan en la radio o la televisión o que se leen en los periódicos. En los primeros todos dicen a futuro. La misma expresión que en estas épocas electorales los políticos usan con generosidad. Claro que con estos lo menos importante es el mal uso de la preposición a. Lo digno de mencionar son las visionarias propuestas que siguen y la cálida sinceridad con que las pronuncian. Pero vamos a lo nuestro. Contrario a lo que uno creería, algunos periodistas maltratan el idioma con una reprochable regularidad. Algo increíble tratándose de quienes viven de su uso y de quienes, además, lo hacen para los ojos o los oídos de millones de personas. Muchos de ellos son graduados de escuelas de periodismo y comunicación social en universidades prestigiosas.
Por lo menos en los medios escritos hay editores y correctores de estilo, pero frente al micrófono o la pantalla no queda más que esperar que algunos, aunque agiten el aire con la lengua, expresen cosas interesantes y que lo hagan además, respetando normas mínimas del castellano. Que no digan -como le escuché a una mamacita de una sección de farándula en un noticiero- que están “entumidos de frío” o que el “aereopuerto” está cerrado.
Las líneas que siguen fueron escritas por Diego A. Santos, el Editor Jefe de El Tiempo, y publicadas hace un par de meses en ese periódico.
En algún lugar de La Mancha, se respetaba y promovía la buena ortografía.
Los dictados eran frecuentes. Los profesores bajaban las calificaciones en los exámenes donde hubiera palabras mal escritas. Del colegio, los alumnos se graduaban con una ortografía más que decente y aquellos que se aventuraban a las carreras de letras, presumían del buen uso del idioma. Para trabajar en un diario, la ortografía del periodista debía ser impecable.
Pero eso era ayer. Hoy es vergonzoso. Mañana será 'dzastroso'*.
Los resultados de las pruebas de ortografía de los universitarios que quieren hacer sus prácticas en algún medio de comunicación son desoladores. Sobre un máximo puntaje de 50, el promedio de las notas ronda entre los 20 y 23 puntos. Por debajo de 20 es común, y ver un 26 o 27 es motivo para celebrar. Y así estamos.
Entre idiosincracia o idiosincrasia, la mayoría se identifica con la primera. Ante la opción de avalanzó o abalanzó, se abalanzan sobre la escrita con v. Al escoger entre decisión o desisión, se deciden por la segunda. Un "a ver" o "haber" genera tanta confusión como el rojo y el verde a un daltónico.
Y no faltan los que no se dan cuenta de uno de los horrores más grandes que contiene una prueba con fallos que deben ser corregidos. Después de la pregunta cómo estás, la respuesta dice "hay voy". Muchos la dejan así. Deberían tacharla y poner "ahí voy".
Los defensores del español se han convertido en hidalgos quijotes. Ver a los correctores de estilo o editores luchando contra la mala ortografía es como contemplar, con una mezcla de nostalgia y ternura, al célebre héroe de Cervantes galopar contra los molinos de viento. Ya todos sabemos cómo acabó eso.
El acelerado desmoronamiento de la buena ortografía es culpa de todos, pero los colegios son los que cargan con la mayor responsabilidad. ¿Con qué rigurosidad enseñan los profesores? ¿Por qué se gradúan los estudiantes que atropellan permanentemente el idioma? ¿Por qué las carreras de comunicación social aceptan a alumnos que no saben escribir bien? ¿Y por qué los medios abren sus puertas a practicantes con ortografía mediocre?
Puede que la ortografía, el escribir bien, sea secundario para un matemático, un físico, un banquero o tantos otros profesionales que no requieren del idioma para destacarse.
Para ganar plata no importa si el vicepresidente de un banco escribe transacción o transaxión, pero seguro le exigen tener un conocimiento sólido de economía y de mercados. Con los periodistas y escritores, defensores del idioma, debería pasar lo mismo, tendríamos que exigirles un impecable español escrito.
Reconforta ver que aún llegan centenares de reclamos por palabras mal escritas. Ello quiere decir que sigue existiendo un mercado que valora y defiende el idioma. De hecho, en Twitter, @tefa_ (#aprendiendoconlatefa) es una permanente correctora de los atropellos que se ven por esa red social. Sin embargo, como les ocurre a tantos otros que luchan por la ortografía, su tono de corrección es a veces tan soberbio, que pareciera que su ejercicio, más que educar, busca una sádica satisfacción de humillar al infractor idiomático.
También hay en esa red social unos hashtags (palabras clave) que debaten sobre el idioma, como #AmableRecorderis y #EspañolGourmet. No deben ser los únicos.
Pero seamos realistas, cada vez son menos los interesados en este debate. Si ya ni importa que ministros, presidentes del Senado o inclusive ex presidentes maltraten el idioma, qué les vamos a exigir a los futuros comunicadores sociales.
*Por si la ironía no era clara, la forma correcta es desastroso.
2 comentarios:
Creo que exagera un poco. Ya quisieran muchos escribir o hablar como lo hacen los periodistas
Los cronistas deportivos son los campeones, especialmente los que narran futbol.
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